Cuando despertó una ténue luz rosada invadía la habitación. En sus labios quedaron pegados sabores agrios y manchas de sangre en sus manos. Levantó la mano derecha, la contempló con calma, se detuvo en los dibujos que la sangre había generado a su capricho, le dió la vuelta varias veces y acabó tapando la luz de la ventana poniéndola justo entre esta y su mirada. Entonces la mano se tornó una silueta negra y estilizada, la mantuvo así; firme y elevada, y comenzó a canturrear una melodía monótona. ¡Ahh...era el deleite absoluto!, difícil de compartir con nadie, era su mas preciado secreto íntimo y solo de pensarlo el placer le recorría de arriba a abajo como un baño de fuego.
Al lado de la cama, en el suelo, un cuchillo bien afilado descansaba envuelto en un pañuelo de seda naranja, ahora ambos manchados de sangre. Moverse no iba a ser fácil, esta vez quizás se había pasado un poco de la raya, quizás se había excedido con los cortes pues comenzaban a doler intensamente. Bendito, precioso, glorioso dolor que disfrutaba en cada segundo.
Recordó el momento primero de aquel último éxtasis, cuando su ropa caía al piso, la hoja metálica rozando sus muslos, el frío y el calor al mismo tiempo y acto seguido el reguero rojo brillante resbalando por sus piernas. Todo era tan especial, tan suyo....
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