"No soy un hombre que sabe.He sido un hombre que busca, y lo soy aún; pero no busco ya en las estrellas ni en los libros, comienzo a escuchar la enseñanza que mi sangre murmura en mi.

Mi historia no es agradable,no es suave ni armoniosa comolas historias inventadas; sabe a insensatez, y a locura, y a ensueño,como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse mas a si mismos."

Herman Hesse

martes, 3 de mayo de 2011

EL PRECIO DE UNA VIDA ES OTRA VIDA

Hacía ya tres noches con sus lunas que el hombre esperaba tiritando de frío frente a la puerta desgarrada de maderos viejos a que el brujo se dignara salir de su guarida y le mirara por fin. Pero nada, las brumas del atardecer de nuevo envolvían la figura encorvada, vencida y amoratada. Cuando tomó la decisión de levantarse para irse oyó un chasquido seguido del arrastre de los maderos sobre el suelo de arena de la chavola.
Se fijó bien, pero no veía nada, solo una franja oscura que se abría. Pensó que la debilidad le hacía imposible fijar la vista y de eso se aprovechaba el viejo diablo.
De pronto asomó un brazo huesudo y le hechó unas verduras crudas, como si fuera un perro, que cayeron sobre la arena a su lado. Se sintió humillado, pero el hambre no tiene prejuicios ni finuras, así que tomó una zanahoria arrugada y sucia, la frotó contra su pecho, sopló los restos y, con los ojos cerrados, la mordió con rabia.


Cuando hubo satisfecho su apetito volvió a concentrarse en la puerta oscura. Las bestias de la noche habían tomado posesión del bosque, unas nubes rotas y largas se llevaban el día y un hilo de humo comenzó a salir por la pequeña chimenea. ¡Ahh!¡Quién pudiera estar al lado de una fogata!.. No podía flaquear, así se muriera de frío y de hambre, así viniera el mismísimo lobo rojo y le atacara, así se levantaran los espíritus de sus tumbas...así el viejo tardara años en considerarlo. Era demasiado lo que se jugaba en esta cuestión. Nada le haría moverse de allí.


De pronto la voz del viejo salió por el hueco de la puerta;
-Vete, no puedo ayudarte.
-Si que puedes. Yo se que tu puedes hacerlo.
De nuevo el silencio durante largo rato mientras dos lágrimas rodaron hasta el suelo. Dos lágrimas oscuras.
-Los que cruzan la orilla no vuelven- dijo el viejo, siempre desde dentro de la cabaña-es la ley.
-¡Al carajo con eso!- gritó el hombre con toda la angustia que había contenido durante ese tiempo de espera. Después, con un hilo de voz, añadió;
- Si no me ayudas...me iré con ella.


Cuando los primeros albores se desparramaban por el cielo salió el viejo brujo de la cabaña, envuelto en una capa hecha de mil trozos, sobre su pelo largo y suelto se había puesto un extraño gorro hecho con pieles, huesos y plumas. Portaba en la mano izquierda una gruesa tea llameante y en la derecha un frasco de cristal destapado.
El hombre se incorporó, puesto que había estado dormido un buen rato, y sentado frente al brujo abrió los ojos, se los frotó para comprobar que no estaba soñando.
-No lo hago por ti-dijo el viejo- tu me importas muy poco. En mi sueño han venido los maestros a decirme lo que tenía que hacer, y es mi obligación cumplir sus deseos.


Al lado del hombre había un bulto, sobre el suelo, tapado con unas telas, el cuerpo rígido de una mujer quedó al descubierto y, a pesar del tiempo transcurrido, todavía no mostraba la carne corrompida, era solo que no parecía carne, sino otra sustancia extrañamente fría.
El brujo la iluminó con el fuego paseándolo por encima del cuerpo una y otra vez. Mojó su mano con el unguento negruzco que guardaba en el frasco y lentamente frotó la frente, el pecho, la tripa, los brazos, las piernas de la mujer. Entonando unas notas que parecían salir de su mente iba acercando el fuego a la mujer.


El tiempo ya no contenía las horas, se habían ido, ya no había prisa, ni pasado, ni futuro, solo el presente existía. Los árboles habían crecido hasta hacerse gigantes testigos del suceso. Ya no era el bosque separados de ellos, ni el cielo estaba lejos sino al alcance de sus manos. Y con cada respiro entraba la vida en sus pulmones como nunca antes lo habían sentido. Fue en un instante irreconocible de ese no tiempo cuando el hálito azul entró en el cuerpo de la mujer quemándole por dentro, haciéndole escupir la muerte. El viejo le puso sus manos sobre el pecho presionando con fuerza, después hizo como si recogiera con sus palmas algo que solo él podía percibir y lo arrojó al fuego de la tea. Después sacudió el cuerpo entero de la mujer que ya despertaba confusa del sueño de la muerte.


-Dile a tu mujer que dentro de nueve meses venga a verme. Parirá un hijo que me entregarás para su crianza. Ese es mi precio, eso me debes.
Caminó hasta su cabaña lentamente, antes de entrar, sin nisiquiera volver su rostro hasta ellos les advirtió;
-recuerda esto;si no cumples iré a buscarte y conocerás el infierno.



El hombre tomó en sus brazos a la mujer y ambos lloraron.

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